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ARANCHA GOYENECHE EXPONE “EL AÑO QUE HAY PRIMAVERA” EN EL MUSEO DE LA NATURALEZA DE CANTABRIA

Hasta el 30 de agosto de 2022.

Un acto de resistencia

Fernando Gómez de la Cuesta

Estamos atravesando un momento convulso, una época crítica, nos hallamos en un contexto decisivo en el que posicionarnos es una obligación moral y ética, una necesidad. Habitamos un tiempo asfixiante en el que tomar partido es un deber ineludible para que exista un futuro, vivimos en un espacio donde la indolencia, la pasividad o la inacción se han convertido en un lujo que no nos podemos permitir. Nadie puede permanecer al margen, la urgencia extrema de la situación nos exige adoptar decisiones y llevarlas a cabo, nos obliga a acertar para (sobre)vivir. El escenario es angustiante pero nadie puede decir que nos haya pillado por sorpresa, esta crisis ecológica, humana, social, económica, sanitaria y vital lleva tiempo fraguándose al calor de la llama de un progreso malentendido que ha sido alentado por las ansias de poder y por la desmesura de una ambición sin límites. Aquí sólo nos queda resistir para cambiar o morir en un exceso inasumible.

Parece ingenuo pensar que el arte puede ser un elemento transformador de una situación tan crítica que hace peligrar nuestra propia existencia como especie. Puede parecer inocente, pero también puede ser una vía extraordinaria y real para activar un cambio que es más necesario que nunca. En esos momentos en los que las estructuras colapsan, donde todos los caminos parecen cortados, intransitables o dirigidos directamente al sumidero y la catástrofe, la privilegiada sensibilidad del creador debe ayudarnos a girar nuestra mirada hacia otros lugares, hacia otras vías que permitan la reconstrucción de unos valores más adecuados para el desarrollo de nuestras vidas: pequeñas transformaciones -de gran importancia- que nos tienen que servir para articular un cambio individual y radical que sólo afectará a lo colectivo por acumulación de voluntades concurrentes, conscientes, empáticas, sensibles y sostenibles.

Arancha Goyeneche lleva tiempo trabajando en ello, haciendo y ofreciendo, buscando la manera de activar una nueva forma de ser y de estar, de vivir, integrarse y crecer. La artista comienza los dos proyectos que componen esta exposición en la época abrupta de la pandemia, padeciendo los nuevos límites impuestos por la emergencia sanitaria. Y lo hace realizando unos recorridos, físicos y mentales, que van forzando este perímetro, exigente y exigido, mientras transita esos espacios liminares en busca de conocimiento y experiencia, analizando todo aquello que nos rodea, observando y comprendiendo cómo se desarrolla la naturaleza en equilibrio sin esa injerencia humana que ha demostrado ser tan tóxica.

En El año que no hubo primavera (2020) y El año que hay primavera (2021), Goyeneche pone su prisma en el proceso maravilloso de la floración silvestre, sobre sus formas y colores, sobre los lugares y los momentos donde se produce, estableciendo una taxonomía exquisita que nos habla de la belleza, de la conciencia y del amor como actos de resistencia, que trata de incidir en nuestros modos de vida a la vez que reivindica la lentitud, la calma, el acercamiento y el respeto, exigiéndonos otro ritmo, otro espacio y otro tiempo. Transitar, recorrer, hacer y crear, aplicar esfuerzo, profundidad y conocimiento son las maneras de permanecer de Arancha Goyeneche, unas maneras que nos interpelan de forma directa para preguntarnos, sin tapujos, sobre cuáles son las nuestras y si todo eso que estamos haciendo merece la pena.